Auxilio, el "Tercer Mundo" se nos viene encima
POR FARASCH LÓPEZ REYLOZ
Hace aproximadamente una semana recibí un mensaje de Miguel diciéndome un tanto consternado que un huracán de gran potencia azotaría varias zonas del sur de Estados Unidos. Tal vez se pregunten qué tipo de voicemail era ése, pero lo cierto es que constantemente nos llamamos mi compañero y yo como si de una unidad de rescate internacional se tratara. Comúnmente nos ponemos al tanto de algo y el uno llama al otro diciendo: “Estalló la guerra en Irak”, “Se nos escurre el cabrón de Pinochet, capaz que se muere sin que dejen que una sola madre de los desaparecidos lo abofetee siquiera”, “Finalmente hay una revolución en Costa de Marfil”, “Va a haber gasolina, maldita sea, después que creíamos que sería seguro transitar en bicicleta por par de semanas”, “Lo de la Franja de Gaza se complicó aún más hoy, como si ya no bastara como estaba”, “Bush se fue de vacaciones, a ver si nos juntamos los ‘buenos’ mientras juega golf y acabamos la guerra y viramos el mundo patas arriba”, “Otro huracán va a azotar a Cuba, República Dominicana y Haití”. Cosas como éstas suelen quitarnos el sueño más a menudo de lo que nos creerían. Pero el otro día, cuando escuché su mensaje, le llamé diciéndole: “Miguel, algo anda mal en mí, no sé por qué no puede dolerme igual pensar que un huracán va rumbo al “primer mundo” sin frenos”. Realmente estaba consternada por sentir que esa solidaridad primitiva, humana, animal, tan a flor de piel en mí estuviera dormida sólo por tratarse de Estados Unidos. Recuerdo haberle dicho que no podía sentir igual por gente que sabía con días de anticipación que un llamado “fenómeno natural” se avecinaba, y que activarían a FEMA y cuanto fondo apareciera antes de que la bola de agua y viento tocara tierra.
Pero la tarde siguiente vi con extrema consternación imágenes surrealistas, cuidades sumergidas, 30,000 personas en un Duomo y la nación “más poderosa del mundo” de rodillas, y esta vez con la impotencia absoluta de no tener a quién culpar, de no poder plantar una mierda de bandera sobre los escobros (como ocurrió el 11/septiembre) y gritar a garganta rota “vamos a contraatacar”. Me pareció desolador ver al Estado mezquino que ofreció el petty cash de su cartera a los damnificados de aquella ola gigantesca al otro lado del mundo, solicitar ayuda internacional, tratando de recoger a los soldados realengos que están en fila para ir o volver a Irak para tratar de ayudar a su gente. Ese día me desperté y no sólo estaba la economía jodía, la gasolina por las nubes y el fondo de reserva de combustible activado, sino que el TERCER MUNDO había venido a visitarlos, se les venía encima. Imágenes comparables a las del tsunami, a las de Bagdag, a las de Kenya, el Congo... la supercultura estadounidense andaba deambulando, plagada de nuevos indigentes, de gente hasinada, luchando por el alimento, el aire, el agua. Ayer vi imágenes de gente disparando a helicópteros de rescate en ese estadio en el que escasea la higiene, la comida, la luz, la ropa. Y no sólo vi a un país de rodillas, sino a un país que aun cuando le falta el pan tiene armas y balas con que disparar.
Gracias al satélite, a CNN y a Univisión Puerto Rico (Estás en mi casa) hoy en la tarde vi a dos niños de 10-11 años (que eran la notificia final, ya saben, ésa de corte refrescante al estilo de la humortivación mierdera y pajera de Silverio y Comas Matos) vendiendo “Kool Aid” en la calle para donar todo el dinero a la Cruz Roja, y no pude evitar pensar en cuántas veces había visto yo escenas parecidas para ayudar a “La niñez suramericana” “A las víctimas de terremotos”, etc. pero nunca para enviar dinero a ellos, a los grandes, a los repartidores de bienes, dichas, ayuditas, guerras, crisis, democracia, a los gendarmes de las fronteras pidiendo ayuda y en mano de unos cuantos infantes que salieron a la calle a recoger dinero como si de pedir los chavos para los uniformes de una liguita metralla se tratara.
Estamos viviendo tiempos interesantes, una era a la que aún no han nombrado y que hace falta que alguien la bautice para que finalmente empecemos a pensarla, a apalabrarla. Y no se trata del lenguaje apocalíptico de los malditos noticieros, sino del lenguaje político de una era ya más que globalizada, porque si la caída de las torres en alguna medida significó la “globalización” del conflicto bélico, este chaparrón inmenso es la “globalización” de la necesidad, del hambre, de la indigencia, la peste, la destrucción, el miedo... es como si el mundo de apoco se nos “igualara” en una vuelta sobre sí mismo.
Fotos: Yahoo News
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